Uno de los recuerdos más importantes de infancia que se me viene a la mente es haber conocido a don Domingo, un chofer dueño de un camión Pegaso antiguo, que trabajaba transportando madera desde el sur hacia Talca (Chile). Su camión lo cargaba en los aserraderos cercanos a Curacautín, el cual amarraba y estibaba muy bien para que no se le cayera la carga y generara un accidente en carretera.
Manejaba día y noche por la Panamericana –que en ese entonces era de una vía a medio arreglar- para llegar en la fecha y hora comprometida de antemano. Decía que lo único que tenía era su palabra, y que tenía que cumplir su promesa de entrega con puntualidad.
Cuando estacionaba su camión en la barraca, no era para descansar sino que para descargar la madera y completar su trabajo entregando el pedido con el servicio completo. Era todo un profesional del transporte.
Tiempo después don Domingo me confesó que le encantaba llegar a nuestra barraca, porque no tenía que mendigar dos grandes “favores”: poder usar el baño y poder comer algo, dos necesidades tan básicas que, sin embargo, en su trabajo no eran fáciles de satisfacer, pues la respuesta más común que recibía era que baños, duchas y casinos eran sólo para empleados de la empresa.
Sin embargo, muchas veces a pesar de estas condiciones, cumplía siempre con los despachos. Don Domingo ya tenía muy claro lo que era cumplir la promesa de entrega, es decir, no por la velocidad de su viejo camión, sino por el compromiso de cumplir la fecha y la hora señalada. No olvidemos nunca que la mejor logística es aquella que trata a todos sus empleados y proveedores como los mejores clientes externos, es decir, como personas.